19 mayo 2017

Tres maestros sevillanos del derecho: Clavero, Olivencia, Merchán

Acaba de inaugurarse en la Plaza Nueva la FLS 2017 (la Feria del Libro de Sevilla), y me hago eco, como tengo por costumbre, de los libros vistos. En verdad, hoy que es viernes, me he estrenado con uno sensacional, de Antonio Merchán Álvarez: Universidad y Derecho en Sevilla durante el siglo XX. Contribuciones para su estudio (Editorial Universidad de Sevilla, 2016) [EUS]. El profesor Merchán (Sevilla, 1944), del que fui alumno en el curso primerizo 1982-1983, es hoy profesor emérito de historia del derecho en la Hispalense [sisius]. Discípulo de José Martínez Gijón, ha sido decano de la facultad (2006-2014). De sus clases recuerdo el rigor, y su afán de enseñarnos que los testimonios del derecho del pasado son invariables. Le gustaba, por ejemplo, contrastar la descripción del derecho de las guerras romanas, con noticias extraídas de Le Monde. Suya es también la excepcional monografía Doctores iuris de la Real Fábrica de Tabacos (2002) [EUS], que puede considerarse una auténtica historia de la facultad de derecho hispalense en la segunda mitad del siglo XX, durante su estancia en la entrañable "Fábrica de Tabacos" de la calle San Fernando, hasta el año 2008, que se trasladó a la "Pirotecnia" [Diario].

Anteayer, leo en la prensa [Diario], se ha celebrado en los Reales Alcázares, con presencia del Ministro de Justicia, el acto de entrega del VI premio Manuel Clavero, que se ha concedido este año a don Manuel Olivencia. Ambas figuras, Clavero y Olivencia, han sido maestros de incontables generaciones de juristas sevillanos, entre los que me cuento como uno más, uno de tantos. Me ha gustado leer la noticia, porque puedo presumir de haber recibido las lecciones de los dos, cuando la facultad todavía contaba con grandes maestros chapados a la antigua. Don Manuel Clavero Arévalo (Sevilla, 1926), catedrático de derecho administrativo y decano (1965-1968), discípulo de Carlos García Oviedo, goza de una feliz longevidad y merecidos honores de la clase jurídica. Fue Rector de la Hispalense (1971-1975). Pienso que ha sido uno de mis maestros. Sus clases fueron inolvidables, llenas de sabiduría, gracejo sevillano y anécdotas. Pero lo primero que recuerdan todos cuantos fueron sus alumnos, era su inconfundible timbre de voz, entonada con el habla propia del sevillano culto. De don Manuel Olivencia Ruiz (Ronda, 1929), discípulo de la escuela mercantilista de Joaquín Garrigues, también decano (1968-1971), conservo menos recuerdos como profesor, porque en aquel curso 1985-1986, en que comenzó a explicarnos las sociedades mercantiles, ya estaba comprometido en el cargo de Comisario de la Exposición Universal de Sevilla de 1992. Inolvidable su elegancia en el decir el derecho, recomiendo leer su discurso de agradecimiento del premio [Joly].

.

15 mayo 2017

La literatura en andaluz

Decíamos que la novela norteamericana Adventures of Huckleberry Finn, del año 1885, de Mark Twain (pen name de Samuel Langhorne Clemens) es un auténtico landmark o jalón de la expresión literaria de los modos de hablar que se alejan de la lengua inglesa estándar. No es sin embargo esta novela ningún caso único, ni prístino, de la evocación en la escritura de los hechos sociolingüísticos. En una visita a la nueva librería sevillana La caótica, en la calle José Gestoso, he visto un nuevo libro que se acumula a los innumerables estudios de literatura chicana. En español, tendríamos que recordar el inmenso caudal de la literatura hispanoamericana, por ejemplo las novelas y cuentos de Julio Cortázar (pensemos en Rayuela), en que el autor reproduce el habla de Buenos Aires (recuérdese en las primeras páginas, el lema graciosísimo de César Bruto, sobre "Lo que me hubiera gustado ser a mí si no fuera lo que soy"). O de este lado del Atlántico, el habla madrileña en las novelas de Benito Pérez Galdós.

A poco que reflexionemos, el fenómeno de la intrusión del habla popular en la literatura culta se nos aparece como ubicuo, tan sólo limitándonos a nuestra lengua. Otro caso sobresaliente es el del judeoespañol, en el que hay muchos testimonios escritos, incluso un Quijote en sefardí, al que ya me he referido [aquí]. La representación escrita del habla desviada del estándar, es sin embargo una práctica universal, que ya se puede encontrar en las letras grecolatinas. Se dice, por ejemplo, que Platón, que antes de escribir diálogos socráticos ya se había estrenado como autor de teatro, reproduce en sus diálogos juveniles la peculiar forma de hablar de la gente de la calle. Los evangelistas siguieron también esta práctica literaria. San Marcos, autor del evangelio más antiguo, incrusta en su redacción expresiones arameas, como la de este pasaje célebre (Mc 5, 40-42): "Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate». En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar".

El caso particular del habla andaluza no es ajeno a esta práctica. Sobre sociolingüística andaluza, hay que hacer mención del profesor Miguel Ropero Núñez (del que fui alumno en la universidad el curso 1981-1982), autor del pionero estudio El léxico caló en el lenguaje del cante flamenco (1978), que sigue reeditándose. Hay además un libro reciente, del profesor Francisco García Duarte (emigrado a Barcelona, nacido en Padul, Granada): La literatura en andaluz. La representación gráfica del andaluz en los textos literarios (que no he podido examinar). García Duarte quiere ver los primeros testimonios del andaluz escrito en la literatura costumbrista del siglo XVIII. Ejemplos muy conocidos de la literatura moderna, que a todos se nos vienen a la cabeza, es el teatro de los hermanos Álvarez Quintero (que pretendía reproducir el habla sevillana... para que se riese el público de Madrid). O el Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, que de manera muy sensible calca la forma de hablar de los niños de las calles de Moguer.

Pero si el reflejo literario del habla popular es una práctica antigua, tanto como el de la literatura escrita, en castellano podemos adentrarnos hasta los testimonios poéticos más tempranos de nuestra lengua, en el siglo XI: las jarchas mozárabes (Samuel Miklos Stern: Les vers finaux en espagnol dans les muwassahs hispano-hébraïques. Une contribution à l'histoire du muwassah et à l'étude du vieux dialecte espagnol 'mozarabe', Al-Andalus Revista de las escuelas de estudios árabes de Madrid y Granada, XII (1948). El Quijote (1605), en sí mismo, es ya todo un monumento de las variedades lingüísticas de su tiempo, comenzando por el habla rústica, "prevaricadora", de Sancho Panza, o si descendemos al detalle, en la expresión graciosa del vizcaíno (I, 8): Anda, caballero que mal andes; por el Dios que crióme, que, si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno... Sin embargo, y salvo que me falle la memoria, no se encuentra en todo el Quijote ninguna expresión lingüística que pueda calificarse de "andaluza". El caso es aún más llamativo, si repasamos la novela ejemplar, de ambiente sevillano, de Rinconete y Cortadillo. Explicar esta extraña ausencia del andaluz en Cervantes (él, de familia cordobesa, y criado en Sevilla), obliga a referirse a la diglosia andaluza (la situación en que el castellano es la norma culta, de prestigio, para expresarse por escrito, mientras que el habla andaluza es la que se emplea en la conversación doméstica y de la calle, la de todos los días). Cervantes tal vez no hablase andaluz (se educó en Madrid), pero oía hablar andaluz todos los días, cuando estuvo en Sevilla, escribiendo sus novelas o el Quijote. Hay que pensar que Miguel de Cervantes fue un escritor culto, que escribía para un público culto, aunque la materia narrativa fuese popular (como La gitanilla, o el Rinconete y Cortadillo). Para Cervantes, que escribía entonces en la rigurosa norma castellana (que era la suya propia de hablante), la forma de hablar del pueblo de Sevilla no sería pretexto para introducir ninguna parodia en sus relatos (como si lo era la de los vizcaínos), porque el andaluz era el medio en que se movía.

.

11 mayo 2017

Mark Twain

"In this book a number of dialects are used, to wit: the Missouri negro dialect; the extremest form of the backwoods Southwestern dialect; the ordinary “Pike County” dialect; and four modified varieties of this last. The shadings have not been done in a haphazard fashion, or by guesswork; but painstakingly, and with the trustworthy guidance and support of personal familiarity with these several forms of speech. I make this explanation for the reason that without it many readers would suppose that all these characters were trying to talk alike and not succeeding."

Mark Twain : Adventures of Huckleberry Finn, 1885, "Explanatory".

El Huck Finn (leído en su inglés norteamericano), es un auténtico landmark o jalón de la expresión literaria de los fenómenos sociolinguísticos.  Samuel Clemens (el nombre civil del autor) se acostumbró en su niñez a oír hablar en los numerosos dialectos de la ribera del Mississippi River, lo que no le impedía expresarse como escritor en un inglés estándar correcto, claro y directo, que le hizo merecedor de multitud de honores (como este doctorado en letras de la Universidad de Oxford, Inglaterra).

Véase: Humberto López Morales : Sociolingüística [Gredos].

08 mayo 2017

Mi última visita al Museo del Prado

La primera vez que visité el Museo del Prado era chico, tenía siete años. Iba con mis padres y mi hermano. No tengo ningún recuerdo especial, tal vez el de ver el gran cuadro de Las Lanzas, o la impresión tremebunda que me produjeron las salas de Goya, tanta como (esto sí lo recuerdo mejor) la escena horrorosa de la cogida del torero Manuel Granero, en el Museo de Cera. Mi última visita al Museo del Prado ha sido esta noche. Yo iba en la comitiva del presidente Rajoy y la canciller Ángela Merkel. El pretexto era ver el retrato de una menina de Velázquez. Pero yo no vi nada. Entré en un largo vestíbulo, como el de la terminal T4 del aeropuerto, y empecé a recorrer pasillos y subir y bajar escaleras mecánicas como en el metro. Me perdí, no conocía a nadie. Toda la gente hablaba y hablaba, y me pasaba de largo sin mirarme. Entonces me desperté y regresé de esta última visita onírica al museo. Eran las cinco de la mañana y estuve un rato apuntando los detalles del sueño.

No me gustan los museos, aunque mi ciudad, Sevilla, tiene algunos excelentes, que procuro visitar cada temporada: el Arqueológico, en la plaza de América (la "plaza de las palomas", le decimos nosotros), que ocupa un pabellón renacentista de la Exposición Universal del 29; o el Museo de Bellas Artes (en la plaza del Museo, al final de la calle Alfonso XII), antiguo convento de la Merced. Guardo un recuerdo imborrable de la visita escolar a la Torre de Don Fadrique, en la calle Santa Clara. Éramos niños y teníamos el arrojo de encaramarnos incluso por aquella escala de madera que alcanzaba a lo alto de la Torre, y que he visto que aún se conserva...


.