04 diciembre 2014

Sobre los libros que ya no leeré

El otro día, tomando café, un amigo me descerrajó la pregunta temida: ¿Te has leído todos tus libros? Mi respuesta es que coleccionar libros, como la filatelia, es una afición que procura disfrute, sin necesidad de que cada libro sea consumido por entero: basta contemplarlo, poseerlo. Pero los bibliófilos también son lectores, por lo común. Leer y coleccionar libros son cosas diferentes, pero que pueden ir juntas.

En la Feria del Libro Antiguo de Sevilla de este año, del que voy haciendo mi crónica particular, aún he encontrado otros libros de precio módico: el Cervantes, clave española, de Julián Marías, y una bonita guía de Santiago de Compostela de Ramón Otero Pedrayo, con fotografías en blanco y negro, en una de esas ediciones de la editorial Noguer de los años 70, que andan desperdigadas en las librerías de viejo de toda España.

Pero un hallazgo feliz ha sido cosa de un mes, en una librería de viejo en la que me gusta revolver. Yo había extraviado, o regalado, el librote de Hans Küng: ¿Existe Dios? Pues me encontré en esa librería un ejemplar de ocasión, en buen estado, de la edición de Cristiandad de 1979, por sólo 6 euros, que me llevé a casa. Ayer por la noche (no quiero ahorrarme contarlo), hojeaba las páginas que Küng dedica a Blaise Pascal, cuando se me ocurrió mirar si en las primeras páginas había alguna marca de propietario. Y lo que me encontré es nada menos que la dedicatoria del autor, en castellano: "Cordialmente, Hans Küng", con su elegante forma de trazar la diéresis sobre la Ü, como puede comprobarse en los autógrafos del autor que circulan por internet. Un modesto tesoro.

Por huir de tanto libro sobado y traído, me he asomado a la librería a husmear novedades. Esta vez me ha llamado la atención las memorias del longevo Mario Bunge, Entre dos mundos (Universidad de Buenos Aires), y leyendo de pie algunos pasajes en el pasillo, he comprendido que es uno de esos libros que ya no leeré. En parte es una propaganda de la filosofía racionalista, materialista, cientista, del autor, con su poco de chismografía académica (que si dio tal curso o conferencia, que si publicó no sé qué libro, que si viajó a no sé dónde, que si almorzó o cenó con no sé quién...). Total, que por falta de afinidad y sin ningúna curiosidad por las andanzas de este profesor, el libro no me interesa.

Y eso que el género de las memorias intelectuales me subyuga. De adolescente leí La evolución de mi pensamiento filosófico, de Bertrand Russell. El modelo antiguo son las Confesiones de San Agustín. Por eso se me ha abierto el apetito intelectual, y creo que los días de asueto que se avecinan de final de año me dedicaré a releer otro clásico, el Unended Quest de Karl Popper (del que tan próximo se siente Mario Bunge).

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21 noviembre 2014

Charles Harold Dodd

En una nueva rebusca en la Feria del Libro Antiguo de Sevilla, me he topado con una ganga. Soy mal comprador, flojito de cartera, así que he debido desestimar otra compra de 25 euros. Pero éste ha sido un hallazgo afortunado, The interpretation of the fourth gospel, by C.H. Dodd, Professor Emeritus in the University of Cambridge (Cambridge, at the University Press, 1953, reprinted 1954). La portada, con el sello universitario (hinc lucem et pocula sacra), lleva la firma del primer propietario ("Alejandro Balló, Roma 1955"). Tengo la versión castellana, la Interpretación del cuarto evangelio [Cristiandad], pero también es bonito tener a la mano el original inglés, surcado de caracteres hebráicos y griegos (incluso siríacos). Sólo por 3 euros, del librero Antonio Castro. La fotografía del Profesor Dodd (1884-1973) procede de la National Portrait Gallery (Londres), realizada por Walter Stoneman en 1946 [npg].

17 noviembre 2014

Mi crónica de la Feria del Libro Antiguo

Los dioses clementes nos conceden volver a disfrutar de otra Feria del Libro Antiguo de Sevilla. La edición de este año está dedicada a la memoria del poeta sevillano Fernando Ortiz (1947-2014), fallecido el mes de enero. Hace tres años reseñábamos (aquí) la publicación de su Poesía de una vida. Antología poética 1978-2011, editada por la Diputación. Que en paz descanse, ya no lo volveremos a ver deambulando por la calle Sierpes. La perspectiva de la muerte nos hace meditar, y nos inspira el negro presagio de que los libros no sean nada. Pero puesto que vivimos, no está mal que les dediquemos unos ratos que nos hagan felices.

El viernes 14, la mañana nublada y cayendo un chirimiri sobre la ciudad, se ha inaugurado la Feria. Madrugador, me ha correspondido casi el honor de comprar el primer libro, o eso me ha dicho Ignacio, el librero de Los Terceros. "Lo tendré en cuenta", se reía. Luego, el sábado, mañana de sol novembrino, estuvo más animada la Feria, con buenos libros a la vista. Los que he comprado este año están muy bien. Aquí los refiero, en orden más o menos cronológico:

1.- Pedro Mejía (1547) : Diálogos. Edición de Isaías Lerner y Rafael Malpartida. Sevilla, Fundación José Manuel Lara (colección Clásicos Andaluces), 2006 [6 euros]. El primero es el "Diálogo de los médicos".

2.- C.P. Cavafis (1863-1933) : Obra poética completa. Edición bilingüe de Alfonso Silván Rodríguez. Madrid, Ediciones La Palma, 1991 [15 euros]. Como solemos decir, el libro "parecía que me estaba esperando". Apenas la noche del jueves habíamos asistido en el conservatorio "Cristóbal de Morales" a una velada musical de homenaje a los poetas Odysseas Elytis y Federico García Lorca, con música de Manos Hadjidakis, Mikis Theodorakis y Giorgos Kouroupós (éste al piano), las voces de Spyros Sakkás y Ioulita Iliopoulou, y la recitación castellana del mismísimo Alfonso Silván (bella voz), el traductor de Cavafis. Algo más que una casualidad (C.G. Jung pensaría que no).

3.- Eugenio Coseriu (1961) : Teoría del lenguaje y lingüística general. 3ª edición revisada. Madrid, editorial Gredos, 1973 [6 euros]. Sobre el interés académico, este libro tiene un valor sentimental. Allá por el curso 1981-1982 (hace ya un tercio de siglo) yo leía este libro en la biblioteca de la facultad de Letras.

4.-  Javier Tusell, José Calvo : Giménez Fernández, precursor de la democracia española. Título original : "Manuel Giménez Fernández y el catolicismo político y social en España", premio "Archivo Hispalense" 1989. Diputación Provincial de Sevilla, 1990 [10 euros]. Aún viven los últimos discípulos de este maestro sevillano, Giménez Fernández (1896-1968), ministro de Agricultura en la Segunda República, sobre el que se referían muchas anécdotas (como que en su clases de derecho canónico, hacía que se retirasen las alumnas en el momento de explicar el impedimento de impotentia coeundi). De él poseo la primera edición de sus Estudios de derecho electoral contemporáneo (Sevilla, 1925), con prólogo del profesor García Oviedo, y la reedición de la Universidad, de 1977, con nuevo prólogo de Manuel Olivencia (en que evocaba la vieja tertulia de la librería Lorenzo Blanco en el Salvador).

5.- Santiago Sebastián (1994) : Mensaje simbólico del arte medieval : Arquitectura, liturgia e iconografía. Madrid, Ediciones Encuentro, 2012 (5ª ed.) [5 euros]. Libro que se ha vendido bien, yo me llevé el último del lote del mostrador de la librería Urbano.

6.- Juan de Dios Ruíz-Copete : Narradores andaluces de posguerra. Historia de una década (1939-1949). Universidad de Sevilla, 2001 [3,50 euros]. Hace un par de semanas encontré en una librería de lance otro libro de Ruiz-Copete : Poetas de Sevilla: de la generación del 27 a los "taifas" de los cincuenta y tantos (Sevilla, Caja de Ahorros Provincial de San Fernando, 1971). Ruiz-Copete, abogado, escritor y crítico literario, criado en Arcos de la Frontera, fue también editor de una antología del poeta arcense Julio Mariscal Montes (1922-1977), publicada por la Universidad en 1978. Creo que es la primera antología de las muchas que habrían de venir de este poeta dignísimo.

Así que el balance de la Feria del Libro Antiguo de este año ha sido no bueno sino excepcional.

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13 noviembre 2014

Porque son de Bilbao...


Otros "protestantes" por la crisis... Decididamente, si no existiese Bilbao y los bilbaínos, habría que inventarlos.

Imagen vía: [europapress]

10 noviembre 2014

Remedio para la deuda pública española

»Había hasta este punto guardado silencio el arbitrista, y aquí le rompió diciendo: ''Cuatro quejosos tales que lo pueden ser del Gran Turco ha juntado en este hospital la pobreza, y reniego yo de oficios y ejercicios que ni entretienen ni dan de comer a sus dueños. Yo, señores, soy arbitrista, y he dado a Su Majestad en diferentes tiempos muchos y diferentes arbitrios, todos en provecho suyo y sin daño del reino; y ahora tengo hecho un memorial donde le suplico me señale persona con quien comunique un nuevo arbitrio que tengo: tal, que ha de ser la total restauración de sus empeños; pero, por lo que me ha sucedido con otros memoriales, entiendo que éste también ha de parar en el carnero. Mas, porque vuesas mercedes no me tengan por mentecapto, aunque mi arbitrio quede desde este punto público, le quiero decir, que es éste: Hase de pedir en Cortes que todos los vasallos de Su Majestad, desde edad de catorce a sesenta años, sean obligados a ayunar una vez en el mes a pan y agua, y esto ha de ser el día que se escogiere y señalare, y que todo el gasto que en otros condumios de fruta, carne y pescado, vino, huevos y legumbres que han de gastar aquel día, se reduzga a dinero, y se dé a Su Majestad, sin defraudalle un ardite, so cargo de juramento; y con esto, en veinte años queda libre de socaliñas y desempeñado. Porque si se hace la cuenta, como yo la tengo hecha, bien hay en España más de tres millones de personas de la dicha edad, fuera de los enfermos, más viejos o más muchachos, y ninguno déstos dejará de gastar, y esto contado al menorete, cada día real y medio; y yo quiero que sea no más de un real, que no puede ser menos, aunque coma alholvas. Pues ¿paréceles a vuesas mercedes que sería barro tener cada mes tres millones de reales como ahechados? Y esto antes sería provecho que daño a los ayunantes, porque con el ayuno agradarían al cielo y servirían a su Rey; y tal podría ayunar que le fuese conveniente para su salud. Este es arbitrio limpio de polvo y de paja, y podríase coger por parroquias, sin costa de comisarios, que destruyen la república''. Riyéronse todos del arbitrio y del arbitrante, y él también se riyó de sus disparates; y yo quedé admirado de haberlos oído y de ver que, por la mayor parte, los de semejantes humores venían a morir en los hospitales.»

(De Miguel de Cervantes, El coloquio de los perros.)

19 septiembre 2014

Sobre una biografía del cardenal Rouco Varela

El arzobispo de Madrid, ya emérito, cardenal Antonio María Rouco Varela, cumplió 75 años el 2011, en los días que se celebraba en la capital la Jornada Mundial de la Juventud (la JMJ). La Santa Sede ha acabado por aceptar su renuncia este mes de agosto de 2014. Y en pocos días, casi en unidad de acto, se publica el libro Rouco. La biografía no autorizada [Ediciones B], del periodista, director de Religión Digital, José Manuel Vidal. 

Lo he leído con avidez. Un viernes, con el libro bajo el brazo, de vuelta a casa, no aguardaba la hora del almuerzo para ir leyendo las primeras páginas en el autobús, donde me sorprendió in fraganti leyendo absorto mi amigo Gabriel, que volvía de su despacho. Un poco sonrojado de que me viese enfrascado en historias de curas, en lugar de repasando el Marca o el As, o poniendo un whatsapp, dejé el libro a un lado y cambié de tema. Pero ahora que he concluído el libro en una exhalación (son 600 páginas) le voy a dedicar unas notas, para justificar que esta biografía me parece de gran interés (sea autorizada o no), y escrita con la elegancia y soltura propias de un periodista baqueteado en la información religiosa. 

Rouco, desde la capital del país, ha sido el jefe de la iglesia española de los últimos veinte años, lo que significa un gran trecho de nuestras vidas. Leer u oir hablar de Rouco es como tratar de nuestro tiempo, de lo que ha sido y es hoy la iglesia católica en España. Y por eso José Manuel Vidal no comienza su biografía a capite, sino explicando el panorama eclesial que deja Rouco, después de la renuncia de Benedicto XVI y con el papa electo Francisco (de Ratzinger a Bergoglio). Rouco ya es historia, ya es sólo biografía, y muy pronto, parte del pasado de todos los que aún transitamos por el mundo.

Uno se pregunta si un eclesiástico como Rouco tiene en verdad vida que se pueda contar en una biografía. Lo de que pueda ser biografía autorizada es un concepto anglosajón (authorized biography), y se refiere a si el sujeto ha participado en mayor o menor medida en la elaboración del relato redactado por otro. Pero esto es accidental. Más interesante son las autobiografías, escritas por inclinación, ruego o mandato. De Pablo de Tarso (en la carta a los gálatas) en adelante, disponemos de testimonios vitales eximios, como son los de San Agustín, San Ignacio de Loyola o Santa Teresa de Jesús. Parece entonces que sí, que sería posible la biografía o autobiografía de una vida en religión.

Sin embargo, esto es un error. Si pensamos por ejemplo en el relato de la vida y las fundaciones de Santa Teresa, no encontraremos nada de lo que esperamos habitualmente por una "biografía", entendida como la explicación de acontecimientos privados y particulares. Esa es la biografía individualista burguesa. Por el contrario, en Santa Teresa se confunden perfectamente la vida propia y la vida de religiosa en comunidad. Tampoco la vida de un hombre o una mujer religiosos consiste en Ideas and Opinions (como las de Albert Einstein) o en un Philosophical Development (como el de Bertrand Russell). Por eso el cardenal John Henry Newman, en la Apologia pro vita sua, al llegar a la altura de 1845, año de su conversión, explica que ya no tiene más religious opinions que contar, porque en la iglesia católica ya se había aquietado en su continuo disputar, conformándose con la doctrina común de la iglesia.

La vida de cualquier eclesiástico es, estrictamente, historia de la iglesia, porque en la iglesia el religioso no tiene vida que sea suya. Quizá Rouco haya tenido experiencia de vida propia en su años de formación académica en Munich y Salamanca, consagrado a la ciencia canonista (de 1959 a 1976). Esa etapa de su vida terminó de golpe cuando comenzó su carrera episcopal, al ser nombrado obispo auxiliar de Santiago. Desde entonces,  hay que pensar que la vida de Rouco no ha sido suya, ni hay nada de particular que contar de su persona, sino que en realidad Rouco ha sido un fragmento importante de la vida de la iglesia.

Dice muy bien José Manuel Vidal que esta biografía no autorizada no sea propiamente tal, sino una crónica, porque tal vez la vida de Rouco sólo pudiese contarla el propio individuo, con los límites dichos. Pero el libro de Vidal es una excelente crónica de la vida pública de la iglesia española, al menos de los últimos cuarenta años, desde el momento en que Rouco accede al episcopado.

Me gustaría comparar este libro de Vidal, con las biografías de dos arzobispos eminentes de mi diócesis, la de Pedro Segura. Un cardenal de fronteras (B.A.C., 2001), del canónigo Francisco Gil Delgado, y la de José María Bueno Monreal. Semblanza de un cardenal bueno (San Pablo, 2012), del sacerdote Carlos Ros. La primera es una biografía seria, con aparato documental, y la otra se queda en una humilde semblanza. Pero ambas presentan una continua ingerencia de los autores en el relato, porque cada uno conoció y trató de cerca a su cardenal. Es el caso también de Vidal, amigo cercano hasta cierto momento de Rouco, y que en no pocas páginas cuenta sus contactos o fricciones (cuenta que Rouco le ayudó a obtener la dispensa del sacerdocio de Roma). Por eso esta biografía no es un relato académico aséptico, sino una crónica cercana y vivida.

Esta biografía de Rouco es principalmente la crónica de su arzobispado madrileño (1994-2014), los últimos veinte años de su vida hasta el presente, a los que el libro dedica 400 de sus 600 páginas (dos tercios). Menos atención se presta a los años de Rouco en Munich y Salamanca, 17 años de formación y magisterio referidos en tan sólo unas 80 páginas. En cambio, Vidal se demora en contar los años de infancia y de seminarista en Mondoñedo (1936-1954), a los que dedica 70 páginas (todo un retrato de la vida religiosa de entonces).

La biografía destaca en la descripción de cómo se hace carrera en la iglesia, donde se asciende por recomendación de protegidos. Nos apresuramos a decir, en cualquier caso, que Rouco ha llegado a cardenal porque lo ha merecido, y ha sido continuamente a lo largo de su trayecto vital un hombre in the right place at the right time, y como se suele decir, cayó en gracia de sus protectores. 

Sobre todo el libro es una crónica de las tensiones entre la iglesia y el poder civil, durante la presidencia del gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero (2004-2011), que ha hecho ganar a Rouco una imagen antipática. Rouco fracasó en su lucha contra la ley del aborto y la ley del matrimonio de personas del mismo sexo (el artículo 44 del código civil), porque la moral de la iglesia católica no es la moral de toda la sociedad española tout court. Pero sí tuvo éxito en defender la posición jurídica de la iglesia católica en España, y mantener la vigencia de los Acuerdos entre la Sede Apostólica y España de 1979.

Antes he aludido al cardenal Segura (1880-1957), y me doy cuenta que Rouco y Segura se parecen. Ambos de gesto antipático (al menos en público), poseídos de convicciones inconmovibles. Segura, como Rouco, era doctor en derecho canónico, por la pontificia de Comillas. Los dos han padecido esa deformación profesional, propia de la gente del derecho, del espíritu de constante negación, litispendencia y contradicción (contradictio). Hasta el punto de que los dos, en algún momento, han echado mano de la excomunión (efectiva, en el caso de Segura, e intentada o pensada al parecer, en el caso de Rouco). Pero Rouco tan sólo ha debido enfrentarse a un débil presidente Zapatero, mientras que Segura se batió contra la Segunda República, y luego contra el generalísimo Franco, nada menos (aún tengo grabado ver de niño la fachada del palacio episcopal pintada con el yugo y las flechas, fechoría de los ultras de los años cincuenta, que Segura ordenó que no se retirasen...).

El lector no tiene por qué compartir todos los juicios de valor que va expresando José Manuel Vidal a lo largo del libro. Me parecen especialmente infortunadas las "claves de una vida" del último capítulo, porque sencillamente no lo son. La vida de Rouco se confunde con la historia de la iglesia española, y no es justo que se comprima en unos titulares sensacionalistas. Pero tiene su gracia que Vidal diga de Rouco que "el poder fue su gran vicio, porque, cuando se controla el apetito concupiscible, se desmanda el irascible". No porque sea falso, sino porque el ansia de poder es una debilidad que, de los cardenales abajo, salvo casos de santidad probada, podría predicarse casi de cualquier eclesiástico (coadjutores de parroquia y sacristanes incluso). Y de cualquiera de nosotros, también.

13 agosto 2014

De la muerte de Ioan de Dios

"Eran tantos los trabajos en que Ioan de Dios se ocupaba por dar remedio a los de todos, así de caminos y salidas que hacía, en que padecía muchas frialdades, como del trabajo ordinario de la ciudad, que se desvencijó, y desta enfermedad (como él le hacía poco regalo) padecía gravísimos dolores, y disimulaba cuanto él podía, por no dallo a entender y dar pena a sus pobres en vello malo; mas estaba ya tan flaco y debilitado y sin fuerzas, que no lo podía ya disimular (...)

"Sabida que fué su enfermedad de doña Ana Osorio, mujer del veinte y cuatro García de Pisa, señora de mucha cristiandad y exemplo (a quien por esto amaba mucho el hermano Ioan de Dios), le fué a visitar; y vista su dolencia y el poco refrigerio que allí tenía, y tan cercado de pobres, que no le daban lugar a reposar un poco (y él, que a nada contradecía), le rogó muy ahincadamente, que consintiese que lo llevasen a su casa a curar, donde se le haría cama y darían lo necesario; porque hasta allí sólo en las tablas estaba echado y la capacha en la cabecera; y aunque él se escusó todo lo que pudo, diciendo, que no le sacasen de entre sus pobres, porque entre ellos quería morir y ser enterrado, al fin le venció con decille, que pues él había predicado a todos la obediencia, que obedeciese ahora a lo que con tanta razón le pedían por amor de Dios. Y así truxeron una silla para llevallo; y puesto que fué en ella, como los pobres supieron que lo querían llevar, todos los que pudieron se levantaron y le cercaron; y aunque le quisieran resistir por el grande amor que le tenían, como es gente que a los infortunios y trabajos que tienen nunca hacen resistencia sino con gemidos y lágrimas, comenzaron todos a levantar tal alarido y gemido, hombres y mujeres, que no hobiera corazón, por duro que fuera, que no reventara en lágrimas. Y él, oyéndolo y llorando y viéndolos afligidos, alzó los ojos al cielo con sospiros, y díxoles: Sabe Dios, hermanos míos, si quisiera yo morir entre vosotros; empero, pues Dios es servido que muera sin veros, cúmplase su voluntad. Y echándoles su bendición a cada uno por sí, les dixo: Quedad en paz, hijos míos, y si no nos viéremos más, rogad a nuestro Señor por mí. A estas palabras tornaron a levantar de tal manera el alarido y decían tales lástimas, que penetraron de tal manera las entrañas de Ioan de Dios (que poco había menester, porque los amaba) que quedó desmayado en la silla. Y vuelto en sí, por no dalle más pena, lo llevaron en casa de esta señora; y como había comenzado a obedecer y propuesto hacello, aunque hasta allí, por enfermo que estuviese, nunca había mudado el traje, por áspero y pobre que era, entonces dexó que hiciesen con él cuanto le mandaban, por dar exemplo de obediencia. Y así le pusieron camisa y le echaron en una cama, y curaron de él con mucha caridad y cuidado, así de médicos como de medicinas y todo lo demás necesario. Y aquí fué visitado de muchas personas principales y señores, y de todos regalado, a porfía el que más podía. Y él de todo esto no gustaba, salvo de la caridad que vía que a ello les movía; porque, junto con esto, le habían privado que no viese pobre ninguno, y puesto un portero que no los dexase entrar, porque en viéndolos lloraba y recibía pena (...) 

"Pues sintiendo en sí que se llegaba su partida, se levantó de la cama y se puso en el suelo de rodillas abrazándose con un Crucifixo, donde estuvo un poco callando, y de ahí a un poco dixo: Iesús, Iesús, en tus manos me encomiendo. Y diciendo esto con voz recia y bien inteligible, dió el alma a su Criador, siendo de edad de cincuenta y cinco años, habiendo gastado los doce déstos en servir a los pobres en el hospital de Granada (...) Estuvieron presentes a su muerte muchas señoras principales y cuatro sacerdotes, y todos quedaron admirados y dieron gracias a nuestro Señor de tal manera de muerte, y cuan bien hacía consonancia con la tal vida. La cual fué a la entrada del sábado, media hora después de maitines, a ocho de Marzo de mil y quinientos y cincuenta años."

PEDRO DE CASTRO : Vida y sanctas obras de Ioan de Dios y de la institucion de su orden, y principio de su hospital (1585).

10 julio 2014

I, Claudius


"As you see, I have chosen to write in Greek, because Greek, I believe, will always remain the chief literary language of the world...". Así dice el emperador Claudio, I, Tiberius Claudius Drusus Nero Germanicus This-that-and-the-other... (o esto, lo otro y lo de más allá) al comenzar el relato de su vida, que es la ficción de Robert Graves de 1934.

La BBC adaptó I, Claudius como serie de televisión en 1976. Se estrenó en nuestra TVE en 1979. Yo era entonces un adolescente de quince años, y no me perdía ni un capítulo. Ahora que es verano la he vuelto a ver en DVD de pe a pa. Me sigue impresionando el gran plantel de actores ingleses, que con igual maestría representan a un emperador o a un liberto: la voz de trueno de Augusto, o la sutilidad con que Claudio (Derek Jacobi) va perdiendo o dominando su tartamudez conforme pasa el tiempo.

"As you see, I have chosen to write in Greek". Esta me parece una de esas magias parciales de las que hablaba J.L. Borges. Como vemos, Claudio se dirige a nosotros en inglés, no en griego. Pero es que el inglés (aquí está la ironía de Graves) es el griego de nuestros días, "the chief literary language of the world". Es una expresión aguda, esa de Claudio. Toda la novela (y la serie de TV) se funda en una manera nueva de ver la antigüedad, que no es una visión arcaizante, sino actualizante. 

En una concisa nota introductoria, Robert Graves explica por qué decide referirse en la novela a 'France' en lugar de 'Transalpine Gaul'. Para un lector o espectador español, es chocante leer u oír a personajes romanos antiguos, vestidos de toga, que van o vienen de 'Spain' (nombre magnético para británicos como Graves, residente por elección, después de la Gran Guerra, en la isla Maiorica), no Hispania. Y para un lector inglés (ya se lo hizo notar T.E. Shaw, esto es Lawrence of Arabia) es del mismo modo perturbador el uso de la voz bereber assegai (por jabalina, como la de los zulúes) en un contexto latino [Merriam-Webster].

Todo es lo mismo. Robert Graves, según voy ahora leyendo en esta historia, quiso mostrarnos que la antigüedad no es antigua, sino que fue protagonizada por hombres y mujeres que sufrían o gozaban como nuestros contemporáneos, y por los mismos motivos. La novela histórica tiene muchos padres y muchos precedentes (algo así era la novela bizantina, que también practicó nuestro Cervantes), pero hay que reconocer en Robert Graves el establecimiento de un modo nuevo, modus hodiernus, de ver la historia.

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07 julio 2014

Humor soviético, mi nuevo libro

La verdad es que le he cogido afición a esto de publicar en papel. El nuevo libro mío, Humor soviético, es una nueva recopilación de artículos de este blog. Ya me gustaría que los lectores disfrutasen leyéndolo, como yo he disfrutado escribiéndolo, una página detrás de otra. Pueden pedirse ejemplares a:

Padilla Libros.
calle Feria, 4.
41003 Sevilla (España).
info@padillalibros.com
http://www.padillalibros.com/itm/
Teléfono 954224663.

(Se vende a 10 euracos).

17 junio 2014

desiderium naturale nequit esse inane

¿Somos inmortales? ¿Algo de nosotros no perecerá? No puede saberse, porque la mente [animam humanam, quam dicimus intellectivum principium] no puede comprenderse a sí misma, reflexivamente, haciendo objeto propio del saber. No cabe demostración de nuestra inmortalidad, pero sí la conjetura argumentada. Santo Tomás de Aquino lo decía así: omne habens intellectum naturaliter desiderat esse semper. Naturale autem desiderium non potest esse inane (S. Th. 1, q. 75 a. 6 co. [Corpus Thomisticum]), nuestra propensión, nuestro deseo natural de vivir para siempre, no puede ser en vano, no puede ser "inane". Es un argumento tomístico profundísimo, que arraiga con la ciencia contemporánea: ¿por qué somos así, por qué pretendemos ser inmortales? Pero hay otra forma de verlo, que Tomás pasa por alto. No todos creen en la posibilidad de una transvida, de una inmortalidad. Ni siquiera Sócrates estaba seguro. Pero sí es una experiencia universal que la vida es demasiado corta (vita brevis) y que cuando se acerca el final, nos inquieta la posibilidad de que hayamos perdido el tiempo. Esta impresión de una vida derrotada tampoco puede ser inane. El sufrimiento ha de ser compensado. De otro modo la vida sería inexplicable, lo que sería un sinsentido.

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02 junio 2014

G.K. Chesterton lee los evangelios

Estoy leyendo el libro apologético de G.K. Chesterton, El hombre eterno (The everlasting man, 1925). Su biografo, el fraile dominico Ian Ker [Oxford], ha escogido para la edición de Everyman's Library [review] la segunda parte de esta obra, "On the man called Christ". Chesterton se propone defender la divinidad de Jesús, adoptando la posición del materialista, para desestimarla por absurda o irracional: "in the first section I often treated man as merely an animal, to show that the effect was more impossible than if he were treated as an angel. In the sense in which it was necessary to treat man merely as an animal, it is necessary to treat Christ merely as a man...". A partir de aquí, trata de encontrar en el texto evangélico las frases y gestos intrigantes que apuntarían a la divinidad de Jesús

En mi opinión, Chesterton parte de unos supuestos erróneos. El primero, que los evangelios, y las palabras de Jesús, puedan valorarse como "más que humanas". Los evangelios (los escritos de los evangelistas) son siempre palabra humana, destinada a la escucha de los hombres y mujeres de este mundo. No hay nada de "divino" en ellos, entendido como "más que humano". Por otro lado, Chesterton da por supuesto que la divinidad de Jesús hubiera de manifestarse de alguna manera extravagante: "When Jesus was brought before the judgement-seat of Pontius Pilate, he did not vanish [como sí hizo Apolonio de Tyana en un trance parecido]. It was the crisis and the goal; it was the hour and the power of darkness. It was the supremely supernatural act, of all his miraculous life, that he did not vanish" (¿por qué supone Chesterton que Jesús hubiera podido milagrosamente desvanecerse como un mago, si no era más que un hombre?). El Jesús de Chesterton, en pasajes como este, parece de tan divino, tan divino, un personaje ridículo.

No puedo entretenerme en destripar todos los argumentos de Chesterton (como que Jesús fuese "the author of the Parable of the Prodigal Son"; más bien lo fue el redactor de ese evangelio, Lucas). Chesterton es muy confuso, ignora la crítica textual, y monta un batiburrillo evangélico en que tiene igual valor veritativo la adoración de los magos de oriente, las bodas de Caná o la predicación en el Jordán. Lo que me ha sorprendido es la primera conclusión a la que llega Chesterton: "Even on the purely human and sympathetic side, the Jesus of the New Testament seems to me to have in a great many ways the note of something superhuman; that is of something human and more than human." Si Jesús se nos presentase en los evangelios como "más que humano", es decir, sobrehumano (un superhombre), su figura no nos parecería ni entrañable, ni digna de ser escuchada. Nos interesa Jesús por ser hombre, no por ser una cosa que nadie sabe qué significa, que fuese "divino", o "más que humano". Chesterton no entiende qué es la divinidad (lo divino es lo distinto completamente a lo humano, no algo que sea "más que humano"). Por lo demás, su proposición suena herética. Jesús, según la declaración dogmática, es verdaderamente hombre (Hominem vere). Si hubiese sido "algo más que humano", no hubiera sido verus homo. En general, los argumentos de Chesterton son penosos y teológicamente dudosos, y no tengo más remedio que dejarlo aquí, por si alguien quiere examinarlos con más detenimiento.

Frente a la confusa argumentación chestertoniana, en que parece que no se tiene una idea clara del significado humano (y divino) de la figura de Jesús, el Mesías, me produce más alegría anunciar la publicación del Jesús de Hans Küng, una "cristología desde abajo" [Trotta].

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07 mayo 2014

De poetas, santos y locos

Que los santos tengan algo de poetas, y de locos, ya lo dice el adagio. Es tan antiguo como la manía platónica. Quien debía de estar como un cencerro (según criterios humanos) era Ignacio de Loyola, como se echa de ver leyendo el relato del peregrino, que es su autobiografía al dictado. Aunque esta "santa locura" es el precio que hay que pagar por la genialidad creativa (un primo hermano de Ignacio sería Kurt Gödel, el íntimo de Einstein en Princeton). No hay santo que no haya tenido su desajuste mental, aunque el desequilibrio o pérdida de tornillería se haya manifestado, por ejemplo, en exhibicionismo teatral (Karol Wojtyla, sin ir más lejos). Y eso sin descontar a los santos vivos (pienso en uno, de cuyo nombre no quiero acordarme), cuya manía a la vista está de todos. El escueto relato del peregrino en Jerusalén (capítulo IV, parágrafos 44-48) reviste incluso rasgos cómicos (¿quién nos dice que Ignacio no haría reír contando sus peripecias en Tierra Santa?) y parece que sucedió ayer mismo, aunque han transcurrido ya cinco siglos: 

"... le vino grande deseo de tornar a visitar el monte Olivete antes que se partiese, ya que no era voluntad de nuestro Señor que él se quedase en aquellos santos lugares. En el monte Olivete está una piedra, de la cual subió nuestro Señor a los cielos, y se ven aún agora las pisadas impresas; y esto era lo que él quería tornar a ver. Y así, sin decir ninguna cosa ni tomar guía (porque los que van sin Turco por guía corren grande peligro), se descabulló de los otros, y se fue solo al monte Olivete. Y no lo querían dejar entrar las guardas. Les dió un cuchillo de las escrivanías que llevaba; y después de haber hecho su oración con harta consolación, le vino deseo de ir a Betphage; y estando allá, se tornó a acordar que no había bien mirado en el monte Olivete a qué parte estaba el pie derecho, o a qué parte el esquierdo; y tornando allá creo que dió las tijeras a las guardas para que le dejasen entrar. Cuando en el monasterio se supo que él era partido así sin guía, los frailes hicieron diligencias para buscarle; y así, descendiendo él del monte Olivete, topó con un cristiano de la cintura, que sirvía en el monasterio, el cual con un grande bastón y con muestra de grande enojo hacía señas de darle. Y llegando a él trabóle reciamente del brazo, y él se dejó fácilmente llevar. Mas el buen hombre nunca le desasió..."

También lo cuenta X. Pikaza: "Ascensión de Jesús..." [RD].

07 abril 2014

Un nuevo libro (de Pilar Urbano)


La periodista española del Opus, doña Pilar Urbano, ha publicado un nuevo libro: La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar.  Y habría que volver a hacer ahora la famosa pregunta: ¿Por qué? 

Pues esta mañana he ido a la librería de mi pueblo, y he hecho esta comparación:
Immanuel Kant : Crítica de la razón pura (traducción de Pedro Ribas), 21,50 EUROS [Taurus].
Pilar Urbano : La gran desmemoria, 25,90 EUROS [Planeta].
La elección es clara: hay que leer a Kant (o releerlo, los más afortunados). Porque, ¿qué se me ha perdido para leer el libraco de Pilar Urbano, pesado (de mucho peso), porque tiene 900 páginas...?

Antes de publicar un libro de 900 páginas, debe estar muy justificado, tanto para el editor, como para el lector / consumidor. Es una falta de respeto a los lectores, de quienes se presume que cuentan con tiempo sobrado para dedicarlo a los menstruales libros de esta señora. Y delata que la señora Urbano no sabe escribir (digo escribir un libro), porque eso no consiste en sentarse en una silla, delante de un teclado, y dale que te pego una página detrás de otra. Lo que no pueda contarse en 200, a lo sumo 250 páginas, salvo casos justificados, o es que está mal narrado, o es una trola. Y no voy a repetir aquí la opinión de Felipe González de que doña Pilar Urbano "miente mucho más que habla" [Abc].

Mientras Adolfo Suárez agonizaba, el pasado mes de marzo, me puse a leer en su homenaje un libro que tenía pendiente la mar de años, la Anatomía de un instante, de Javier Cercas (2009) [El País]. Es una notable meditación literaria del asalto al Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981, con sus flash-backs. En fin, sin nada nuevo, nihil novum (como ahora mismamente el de la señora Urbano), el libro de Cercas es una síntesis sobria, necesaria, pero afeada por su empeño en insultar sin ton ni son la memoria de Suárez, al que tilda de chisgarabís sin ninguna razón. Porque el gesto de Suárez de no arrojarse al suelo cuando el tiroteo revela un hombre de gran talla, y de tenerlos bien puestos.

Auque la carne sea triste yo no he leído todos los libros (como sí Mallarmé), pero me agradó mucho las memorias de un íntimo de Adolfo Suárez, el periodista Luís Herrero (el hijo del fiscal Herrero Tejedor): Los que le llamábamos Adolfo, publicado en 2007 en vida del personaje [El Mundo]. Me gusta más este libro que ninguno porque, lo de menos es la exactitud de la minucia histórica, sino el recuerdo emocionado del que escribe, muy superior en términos humanos a la displicencia y cinismo de un Cercas o al cotilleo de una Urbano. Este libro de Luís Herrero es el que yo recomiendo.

A fin de cuentas, pasado treinta años, a mí me importa un pito los dimes y diretes de aquel entonces. Es así como recordamos aquel otro mes de abril del año 1931. Lo de menos es lo que lo dijera a don Alfonso XIII tal o cual ministro, en aquellas horas. Tan sólo recordamos aquello que nos repetían en la escuela, a modo de rima mnemotécnica: "España se acostó monárquica y se despertó republicana", o quizá también aquella frase de la carta de abdicación: "quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil". Nuestro 23-F, como bien vaticinó mi profesor de filosofía aquella mañana del 24 en el colegio, se ha quedado en nuestra memoria en una simple anécdota.

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