26 febrero 2011

De vida contemplativa


AMHERST, MA - APRIL 12: Lubavitch Hasidic reggae singer Matisyahu holds his son Laivy with Lubavitch rabbi Simcha Levenburg while reading a prayer during the 'biur chametz' ritual of burning leavening outside the Chabad House of Amherst before the start of Passover April 12, 2006 in Amherst, Massachusetts. Observant Jews throughout the world eat matzohs (matza) and other unleavened products during the eight-day Pesach holiday, or Passover, which begins on April 12, to commemorate the biblical Hebrews' [LIFE].

Las revueltas que ahora están agitando el mundo árabe (en estas horas que escribo, en Libia) nos están sirviendo para conocer nuestro mundo (sí, es nuestro mundo). La propaganda fanática de los últimos años ha querido presentarnos a los árabes (los moros) algo así como infraseres, objetos indignos de cohabitar en nuestra tierra. Mira por dónde, ahora nos enteramos de que los árabes son tan personas como tú y como yo, los cristianos de occidente, y que comparten con nosotros las mismas aspiraciones de una vida buena.

Basta que salgamos de nuestro pueblo, de nuestro barrio, para que nos extrañemos de las maneras de vivir de la gente. ¡Estos no son como nosotros! Y sentimos la tentación de pensar que nuestra forma de vida es la mejor. Esa es la mirada paleta ("la ciudad no es para mí"), que se cura viajando. De los extraños nos separan rasgos superficiales (los rostros, las lenguas, las comidas y olores), pero nos une lo esencial, que es que todos pertenezcamos a la misma familia (la humanidad) y habitemos un mismo hogar (el planeta).

Captar lo esencial, con los extraños, no es sencillo, y depende de la educación. Como a los niños, por lo común, se les educa en los idiotismos (las costumbres del lugar) es difícil escapar de la espiral de guerras y conflictos, que nacen siempre de la ambición egótica de los pueblos. Expreso aquí, sin embargo, ya lo sé, una esperanza utópica: hacer de la tierra la casa común de la humanidad.

Quería aquí hablar de la vida contemplativa (que consiste en el estudio y la plegaria), y sin darme cuenta me he ido por los cerros de Úbeda. La oración (como la que está practicando el músico judío de la fotografía) es uno de esos hábitos universales que comparte la humanidad. No es una práctica privada de cristianos, de musulmanes o de judíos. Cuando estudiamos o rezamos, nos hacemos esencialmente más humanos en la misma medida que perdemos nuestra identidad particular, cualesquiera que sean las palabras en que se articula la contemplatio. Otro día hablaré de eso más largo y tendido.

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